Por José Handal Bográn
Club Rotario San Pedro Sula
Fotografías de Luis Madrid
Mucho se ha dicho y publicado sobre el origen de la baleada: que si su nombre proviene de una vendedora del centro de la ciudad a quien le dispararon y a la que luego se refirieron como «la baleada», o que su nombre se debe a la apariencia y tamaño de los frijoles empleados en su preparación, y otras más. Como toda leyenda urbana, su origen está envuelto en un aura de misterio que perpetúa su fama.
Existe una tradición que acompaña a la leyenda y que se centra en cómo se aprende a preparar la baleada: «No hay escuela ni manuales, una buena baleada se aprende a hacer en casa».
En una ocasión, mientras participaba en una brigada de voluntarios extranjeros en Tela, una chica estadounidense quiso aprender a hacer baleadas. Así que muy temprano entró en la cocina del hotel. La cocinera le contó, entre recuerdos conjugados con lágrimas, cómo había aprendido de su fallecida madre.
Ese día, la voluntaria aprendió algo más que preparar esta comida hondureña. Comprendió que hacer baleadas es una tradición familiar porque las madres les enseñan a sus hijas y estas a sus descendientes. Por eso, la baleada es una verdadera tradición nacional que se gesta en el corazón de la familia hondureña.